Perdición del Orador: el Maldito Papel, Chiste Malo y el Fórmula 1
Hoy concluiremos con esta primera tanda de veinte errores que podemos cometer como oradores si no nos preocupamos en aplicar las técnicas y herramientas adecuadas. La idea es que el título sea lo suficientemente elocuente para que los recordemos con facillidad y evitemos caer en esas trampas de la Oratoria.
18.- No leer. ¿Querés perder el contacto con tu público?, ¿Tenés ganas de que dejen de escucharte enseguida? Acá está la fórmula: Lee tu discurso de punta a punta, de la A a la Z, sin levantar la vista una sola vez.
Las formas de dar un discurso son tres: leído, memorizado e improvisado (que no es bla, bla, bla, las improvisaciones se preparan).
Sugerencia:
Nunca leas tu charla textualmente.
Jamás memorices tu discurso. Es artificial y deshonesto.
Prepará una buena improvisación. (Podés usar fichas o notas).
En caso de ser necesario leer, aplicar siempre la técnica del CONTACTO VISUAL, de Art Lutsberg. Es una técnica que requiere mucha práctica. Aconseja no mover la boca cuando estamos mirando el texto y hablar recién cuando levantamos la vista.
19.- No contar chistes malos o archiconocidos. Muchos autores en la materia (Oratoria) aconsejan siempre comenzar la disertación con un chiste o cuento humorístico. Error. No comparto ese criterio. El humor es perfectamente compatible con la Oratoria y diría que es una herramienta necesaria para distender y ayudar al orador y a su público. La mejor forma de usar el humor en una charla es incorporarlo sutilmente, sin anunciarlo.
En más de una oportunidad escuché inicios de discursos con un chiste horrible. Al terminar el cuento, sin esperar la reacción de su público, el orador emite en solitario un estruendoso “JAJAJAJA”. ¿Sabés que ocurre del lado del público? Exacto. Silencio sepulcral o, con suerte, un típico sonido de noche de verano, los grillos con su clásico canto“cri, cri, cri”.
20.- Hablar muy rápido, muy lento o sin variaciones. Es sabido que todos los extremos son malos. En Oratoria, cuando nos referimos a la velocidad del habla, se aplica este principio. Estudios realizados en distintas universidades de los EE.UU. llegaron a la conclusión de que los límites o fronteras para evitar que la audiencia se duerma o no comprenda lo que le está diciendo el disertante es de 80 y 140 palabras por minuto, respectivamente. Si al hablar lo hacés a bordo de un Fórmula 1, no van a entender una sola palabra de lo que intentás comunicar. Si, por el otro lado, hablás a ritmo de tortuga, con seguridad se dormirán todos. Atención con eso.
Pero cuidado, no se trata de dar toda tu conferencia a una velocidad promedio de 110 palabras por minuto y sin variaciones. Ya lo veremos más adelante, pero nuestro ritmo debe variar en velocidad, volumen e inflexiones a lo largo de toda la conferencia. Lo harás siempre de acuerdo con las circunstancias o la temática tratada en cada momento. Solo así, hablando con variaciones sumado a un perfecto dominio de las pausa y silencios, mantendremos a nuesra audiencia al borde de la silla. Con cara de “wow”, “esto es muy interesante” y “quiero más”.
La próxima vez que te toque hablar frente a un púbico, no importa dónde, no leas textualmente tu charla (fichas podés usar), no cuentes chistes malos o historias muy trilladas y, en tercer lugar, no seas monótono, hablá con variaciones. Probá y contame cuáles fueron los resultados. Hasta el próximo post. Ricky Funes.